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ARTÍCULOFERNANDO CILLÓNIZ BENAVIDES

Lima, 17 de setiembre de 2019

Ya estamos por entrar a la primavera. Las temperaturas empiezan a subir. Amanece más temprano y el ocaso se atrasa. Las lluvias en la Sierra van a empezar, y después de un invierno más frío de lo normal, las aguas de la Sierra volverán a bajar. Los reservorios volverán a llenarse. Los pastos andinos reverdecerán. Sin embargo, los huaicos y las aguas de los ríos volverán a amenazarnos.

Invierno, primavera, verano, otoño. Cada estación tiene su hidrología, la cual varía de año en año. Nunca se sabe – exactamente – cuándo llegará el agua nueva, ni cuánta agua traerá el río. Asimismo, nunca se sabe – con absoluta certeza – cuándo caerán, ni cuán destructivos serán los huaicos.

Lo descrito líneas arriba constituye una verdad de Perogrullo. Es decir; una verdad que todo el mundo conoce. Sin embargo, la perogrullada en cuestión no debiera interpretarse como que frente a los huaicos y lluvias, no hay nada que hacer… aparte de rezarle al Señor de los Milagros.
No – aparte de rezarle a nuestros santos, que siempre es bueno – hay que trabajar en el manejo seguro y sostenible de nuestras cuencas para (1) tener agua todo el año, (2) evitar huaicos e inundaciones, y (3) propiciar el bienestar de nuestra población.

Arriba – en las cabezadas – hay que construir reservorios para almacenar aguas de lluvias. Asimismo, hay que forestar las partes altas de nuestras cuencas para que ambos – reservorios y bosques – retengan las aguas de lluvias, y eviten la erosión de las laderas. En vez de lodo y piedras, aguas limpias bajarían por las quebradas. Y – lo que es mejor – habría agua todo el año.

Los trasvases de cuencas superavitarias hacia cuencas deficitarias nivelarían los desequilibrios hidrológicos de nuestros valles. A eso le llamamos “La Hermandad del Agua”. Y con las infiltraciones inducidas y “Tomas Libres” en épocas de abundancia, rellenaríamos los acuíferos y mitigaríamos los riesgos de desastres por desbordes e inundaciones.

Entre tanto, hay que construir diques en las quebradas bajas. Y revegetar las riberas de nuestros ríos. Con el boom de las invasiones de tierras, la demanda de carrizo para la fabricación de esteras es tal, que prácticamente no queda un cañaveral en pie. ¡Patético! Nuestros ríos han quedado desprotegidos… a merced de las avenidas. Eso debe merecer drásticas sanciones a los depredadores.

En el ámbito urbano – como diría el poeta – “hay hermanos muchísimo que hacer”. Desde el recojo de la basura acumulada que resulta ser una causa más de desbordes de ríos y acequias, hasta la reubicación de poblaciones cuyos asentamientos fueron propiciados por traficantes de tierras y autoridades municipales – cada cual más corrupta e inescrupulosa que la otra – todo está por hacerse. Y si los Municipios fallidos no toman cartas en el asunto, el Gobierno Central debería tomar al toro por las astas y reubicar a las poblaciones ubicadas en zonas de riesgo no mitigables.

Como se ve; nadie puede estar al margen de esta enorme tarea. La inacción sería una puerta abierta para más desastres. Los únicos que no tienen cabida en este proyecto para la vida son los pesimistas y criticones de siempre. Ellos que se queden con sus rabias y en sus rencores. Nosotros – en cambio – ¡vamos… manos a la obra!