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ARTÍCULOFERNANDO CILLÓNIZ BENAVIDES

Lima, 7 de julio de 2020

Como les consta a muchos de mis lectores en Lampadia – y a mis seguidores en las redes sociales – estoy obsesionado con el fracaso del Estado peruano. Me refiero – por ejemplo – al fracaso de los servicios públicos de salud y educación. Al fracaso de la seguridad ciudadana y la seguridad jurídica. Nadie está seguro… ni siquiera en su casa. Y en el ámbito jurídico o judicial… peor. Poderoso caballero es don dinero. Pregúntenles – si no – a los litigantes y / o a los millones de microempresarios y vendedores ambulantes. ¿Cómo los tratan los inspectores municipales o la policía? O peor aún ¿cómo los tratan los jueces y fiscales?

¿Cómo no obsesionarse con el fracaso estrepitoso de las empresas municipales de agua y saneamiento, y de limpieza pública? ¿Y qué decir de los alcaldes – y regidores – mafiosos que promueven las invasiones y el tráfico de tierras, para lucrar luego con negocios tan soterrados como la venta de esteras y agua en cisternas… ciertamente no aptas para el consumo humano? ¿Y la lucha contra la corrupción? ¿Acaso no vamos de mal en peor en este asunto?
La pregunta es ¿por qué tantos fracasos estatales? ¿Por qué tanto maltrato a la población y tanta corrupción en el Estado? ¿Por qué? Pues bien – en mi opinión – el clientelismo político es la madre del cordero. Eso de que cada autoridad estatal – presidente, ministro, congresista, gobernador, alcalde, o magistrado – cambie a los funcionarios de sus instituciones cada vez que entra a trabajar para el Estado… ¡he ahí el problema! El nulo valor de la carrera pública en el sector público. La ausencia total de la meritocracia a la hora de contratar a servidores públicos. ¡Esa es la causa del fracaso del Estado!

Sin embargo, aparece la interrogante: ¿porqué el Banco Central de Reserva (BCR) es tan buena institución? ¿Acaso no es tan estatal como las demás instituciones públicas? Claro que sí. Entonces ¿qué diferencia al BCR de los hospitales del Ministerio de Salud, o de las empresas municipales de agua y saneamiento? ¿Por qué los Richard Swings no están en el BCR y sí – cual cardúmenes de gente corrupta e inoperante – atiborran a las demás instituciones estatales?

La respuesta a esta interrogante está en los denominados Organismos Constitucionales Autónomos. ¿Qué dice la plataforma digital del Estado a ese respecto? (https://www.gob.pe/estado/organismos-autonomos) Cito entre comillas: “La Constitución política, para la salvaguardia del estado de derecho y la mayor eficiencia en la ejecución de algunas labores, ha constituido algunos organismos autónomos, que no dependen de ninguno de los poderes del Estado. ¡Bingo! ¡La Constitución lo dice! ¡Sí se puede!

Me refiero a que sí se podrían constituir Organismos Constitucionales Autónomos para mejorar – por ejemplo – la salud pública. Y la educación. Y lo mismo se podría aplicar para el agua potable… que es un fracaso estrepitoso a nivel nacional. Y para la infraestructura pública… que es un caos. Y para el deporte. Organismos especializados en diversas funciones que no dependan de ningún poder del Estado. Es decir, que no dependan de los caprichos de los políticos de turno. Y que rindan cuenta a la ciudadanía… tal como ocurre en el caso del BCR.

Por ahí va la solución al pernicioso clientelismo político en la mayoría de las instituciones estatales peruanas. Los peruanos deberíamos exigir una verdadera revolución institucional estatal, y replicar el modelo del BCR en las demás instituciones públicas. Despolitizar todas las instituciones estatales fracasadas… y autonomizarlas – si cabe el término – de acuerdo con lo que establece la Constitución. Imponer la meritocracia, el profesionalismo, la carrera pública, y la permanencia de los buenos funcionarios públicos… independientemente de la alternancia política en el Estado.

Organismos Constitucionales Autónomos. Grabemos en nuestras memorias esas tres palabras. Organismos Constitucionales Autónomos. O como hacían nuestros maestros cuando nos portábamos mal, y – de paso – para que aprendamos machaconamente la lección. Escribamos 100 veces Organismos Constitucionales Autónomos. ¡Y sin ningún error ortográfico ni ninguna tachadura!