La misión de la Contraloría General de la República (CGR) es – dirigir, supervisar y ejecutar el control a las entidades públicas para contribuir al uso eficaz, eficiente y transparente de los recursos públicos –. Eso dice la página web de la institución. Y su visión es – ser reconocida como una institución de excelencia, que crea valor y contribuye a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos –.
Por otro lado, los Órganos de Control Institucional – más conocidos como OCI´s – son los encargados de realizar los servicios de control simultáneo y posterior en todas las instituciones del Estado; así como los servicios relacionados a los Planes Anuales de Control y a las disposiciones aprobadas por la CGR.
La pregunta es ¿han cumplido – la CGR y los OCI´s – la visión y misión para los cuales fueron creados? En otras palabras ¿han logrado los resultados esperados respecto al uso eficaz, eficiente y transparente de los recursos públicos? En mi opinión, la respuesta es un NO rotundo.
“Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7: 15 – 20): Palabra de Dios. Y sin picar tan alto… “uno de los grandes errores es juzgar las políticas y programas por sus intenciones más que por sus resultados”: Palabra de Milton Friedman – Premio Nobel de Economía 1976.
Pues bien, a la luz del evangelio según San Mateo, y de las sabias palabras del viejo Milton Friedman, la CGR y los OCI´s han fracasado. Las intenciones pueden haber sido muy buenas, pero los resultados han sido todo lo contrario. La corrupción rampante en casi todas las instituciones del Estado lo dice todo: coimas por doquier, sobrevaloraciones groseras, proveedores truchos, compras y contrataciones de pésima calidad, adendas amañadas en favor de contratistas corruptos, funcionarios públicos con títulos académicos falsos, médicos de hospitales públicos que abandonan sus centros de trabajo, mafias en el otorgamiento de licencias de todo tipo… y todo lo demás. ¿Dónde estuvo – y qué hizo la CGR – todos estos años? Repito… por sus frutos los conoceréis.
Pero eso no es todo. Lejos de ejecutar las acciones de control para contribuir al uso eficaz, eficiente y transparente de los recursos públicos, la CGR se dedicó más a investigar y denunciar faltas absolutamente irrelevantes e intrascendentes. Peor aún, se dedicó a interferir sistemática y arbitrariamente en muchas decisiones técnicas de funcionarios públicos, para lo cual no tenía competencias.
El control irracional, arbitrario – y abusivo – de la CGR devino en un temor generalizados de muchos funcionarios públicos. Efectivamente, el Estado se atiborró de burócratas que por temor a la CGR, no tomaron ninguna decisión ni firmaron ninguna resolución.
El mundo al revés. En vez de promover el uso eficaz, eficiente y transparente de los recursos públicos, la CGR promovió la inacción en todo el aparato estatal. Al final… el tiro salió por la culata.
Todo lo anterior ha sido expuesto – públicamente – por el actual Contralor General de la República – Nelson Shack – a quien considero una persona honorable e idónea. Incluso, fue él quien dijo que la CGR no castigaría metidas de pata; más sí metidas de mano. Ciertamente, una expresión muy sabia pero que quedó en eso; palabras… sólo palabras.
El problema puede estar en los ¿7,000? funcionarios que trabajan en esa enorme institución estatal. ¿Cuánta corrupción e ineptitud se habrá mimetizado al interior de ese monstruoso cardumen burocrático? Y ni qué decir del Contralor anterior, Edgar Alarcón. ¿Cómo hacerles ver que han causado un daño irreparable al país y a los peruanos?
En fin… de eso se trata el presente artículo. Hacerle ver a nuestros lectores que el control arbitrario – y abusivo – de la CGR generó temor en muchísimos funcionarios públicos. Y que el temor devino en inacción generalizada en el sector estatal. Y que la inacción – a su vez – devino en descontrol. Y que así fue como la corrupción se enquistó en el Estado peruano.
Entonces recapitulemos. Control – Arbitrariedad – Temor – Inacción – Descontrol – Corrupción. He ahí la perniciosa secuencia generada por la mismísima Contraloría General de la República. Una institución y una misión creada con muy buenas intenciones, pero con pésimos resultados.