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ARTÍCULOFERNANDO CILLÓNIZ BENAVIDES

Lima, 1 de febrero de 2021

El estatismo está rondando nuevamente por el ambiente. La retórica de los estatistas es inconfundible. La demonización – o satanización – de ciertas palabras los delata. Esa es su función… de eso viven. Lo hacen en las escuelas y universidades. La prensa y las redes sociales – salvo escasas excepciones – son sus medios de difusión favoritos. Se expresan también a través del cine, el teatro, y la literatura. Algunos confunden el estatismo con el socialismo, o la izquierda política. Pero no… todos tenemos algo de izquierda o de socialismo.

El estatismo – en cambio – es dogmático, intolerante, cínico, indolente, abusivo, ineficiente, híper burocrático, y… 100% corrupto. No hay estatismo que no termine en tiranía elitista, empobrecimiento generalizado, y violencia. ¿Acaso no fue eso lo que vivimos en los años 70´s y 80´s en nuestro país? Por ello muchos peruanos tenemos razones – más que suficientes – para detestar el estatismo. Sobre todo, los mayores.

La principal función del Estado debe ser administrar justicia y mantener el orden público. A ese respecto, el Estado es fundamental para garantizar el acceso a la salud y educación de todos los peruanos. Sobre todo, de los más pobres. Eso es justicia. En ese sentido – que quede claro – el Estado es indispensable para la vida civilizada de todo país. El tema es su rol… y su tamaño.

El problema de los estatistas es que quieren un Estado que todo lo haga y que todo lo dirija. Para muestra un botón… el pésimo manejo de la pandemia – y la economía – de parte de nuestro Estado que se cree todopoderoso.

Los no-estatistas queremos un Estado que se limite a sus funciones básicas: justicia, seguridad, salud, educación, infraestructura… y paremos de contar. Y que sea eficiente y liberador del talento y la energía de la ciudadanía, en ambiente de libertad.

Bueno pues, volviendo al tema de la demonización – o satanización – de ciertas palabras por parte de los estatistas, aquí va una lista parcial de ellas. “Empresa” por ejemplo. “Empresa Privada” para ser preciso. Los estatistas se erizan con la palabra “Empresa Privada”. Para ellos, las empresas privadas son sólo los empresarios… y punto. Y olvidan que las empresas son también los trabajadores… y sus clientes… y sus proveedores… y los trabajadores de sus proveedores… y los tributos… y sus entornos sociales.

Los estatistas aborrecen también las palabras como “Intermediarios” y “Services”. – Hay que eliminar los intermediarios y los services – predican por todos lados los estatistas, cuando no se dan cuenta que sin ellos el mercado se tornaría inviable. Es decir, los infinitos bienes y servicios que proveen las empresas jamás llegarían a los consumidores, sin la intervención de los intermediarios y los services.

Por otro lado… ¡ni mencionar la palabra “Libre Mercado” o – peor aún – “Iniciativa Privada”! Se desquician. Los estatistas quieren que el Estado produzca todos los bienes y servicios que requiere la ciudadanía, y que todo lo dirija. Incluso, que fije los “precios justos”… ¡como si eso fuera posible!

Las palabras “Meritocracia” y “Flexibilidad Laboral” les produce sarpullido. Para los estatistas, los conceptos de productividad y eficiencia no cuentan para nada. Su slogan favorito es – a igual función, igual remuneración –. Incluso, han llegado al extremo de inventar el “Trabajo Hereditario”. Es decir, si el padre – o la madre – se jubila, enferma, o muere… el puesto lo hereda el hijo. Pues bien, esto – que parece una locura – ocurre en SEDAPAL… una empresa estatal. (Me salió un verso sin esfuerzo).

Y así por el estilo. Los estatistas han demonizado muchas palabras que no tienen – en sí mismas – nada de malo. Incluso, han llegado al extremo de demonizar actividades como la minería, la agroexportación, las AFP´s, y hasta las farmacias y clínicas privadas.

CONSEJO FINAL. ¡Tengamos mucho cuidado con los estatistas! Nos pueden llevar nuevamente a la ruina… como en los 70´s y 80´s. Entonces para detectar un estatista – que no es lo mismo que un estadista – basta ver su reacción al mencionar las palabras mencionadas anteriormente. Si se erizan, se desquician, o les sale sarpullido cuando se les mencionan las palabras en cuestión – incuestionablemente… valga la redundancia – son estatistas. Y con los estatistas… ¡a la distancia!